El Primer Círculo

Sunday, March 27, 2005

Quarebam unde bonum....

Una de las particularidades más interesantes en la mitología judeocristiana es que el mal es histórico. Es decir, no es un principio o co-principio junto a Dios, no es una parte constitutiva del estado de cosas.
Sólo existe el bien, Dios como fin único. Aquella criatura que lo desee y que tenga la libertad para hacerlo puede apartarse del camino claramente trazado, como fue el caso de Lucifer. Del mismo modo una criatura rebelde puede corromper a otras, como sucedió con Adán y Eva.
La emocionante guerra entre ángeles y demonios que relata Milton está fuera de proporción, si la lucha por el paraíso fuera el Señor de los Anillos en proporción de fuerzas, la batalla no habría sido contra Sauron y sus gigantescas hordas de orcos, sino contra la comarca de los hobbits.
Tan es así que el problema principal de la patrística fue el de explicarse el mal, una realidad tan patente en la experiencia común (sobre todo de los que manejamos) y que sin embargo, de acuerdo a sus principios, al parecer no tenía cabida.
Por ello uno de los puntos claves de la teología cristiana es la negación del mal ontológico, para darle un mero estatuto moral, o como lo acabo de llamar, histórico.
A muchos puede parecerles aburrido que todo sea gloria angelical, festejos con querubines y contemplación eterna de un Dios, que como Bic, no sabe fallar. Para mi, en cambio, el bien es algo que no acaba de cuajar, que no termina de instanciarse en la creación. La fragilidad del paraíso terrenal me parece que ha quedado más que clara, y ni los tormentos que soporta pacientemente Job, ni el sacrificio de Abraham logran establecer el bien. El crucificado no consigue sino la esperanza de la victoria. En pocas palabras la historia sagrada no ha sido más que un largo proceso de conjetura y refutación, la Nueva Jerusalén está por verse.
Dios, según lo perciben los gnósticos (la ortodoxia/herejía es sólo una petición de principio, si éstos hubieran ganado, hoy se llamarían católicos) es endeble y su corruptibilidad difiere tan sólo cualitativamente de las criaturas. No sólo mantiene a lo creado en el ser, sino que de algún modo tiene que estarse afirmando a sí mismo.
¿Cómo no decidirse a ser bueno una vez que se conoce a este Dios triste y solitario? ¿Cómo negarse a tomar la causa perdida por excelencia y creer -contra toda expectativa racional- que los fieles seremos victoriosos?

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